EDITORIAL
Lunes, 17 Septiembre de 2018
La editorial semanal de Adrian Paenza
Me resulta muy difícil creer que estoy escribiendo estas líneas otra vez. La clase política, durante 12 años, ‘re-descubrió’ la importancia de la ciencia y tecnología para la construcción de un país soberano, independiente y dueño de su presente y futuro. Cuando Néstor Kirchner me invitó a la Casa Rosada en el año 2003, todavía no comprendía (yo) el espesor de lo que me estaba proponiendo: “Tratá de juntar a los científicos más prominentes del país. No hace falta que sean cien. Elegí los que a vos te parezcan más relevantes en cada una de las disciplinas y me gustaría conversar con ellos. No; mejor dicho, más que conversar con ellos me gustaría escucharlos. Necesito entender ‘qué les duele’ y ‘dónde debería poner las cargas y mi atención’. Eso sí: no los traigas acá a la casa de gobierno. No quiero hacer una suerte de ‘show off’ para la prensa”.

Yo, que no entendía bien qué me estaba proponiendo, le dije que en todo caso, podríamos juntarnos en mi casa, como si el problema que él me planteaba se pudiera evitar en una dependencia privada. 
 
“No”, siguió él. “No te pido que vayamos a una residencia privada. Vayamos a Olivos. Allí es más difícil que trascienda y es más fácil poder conversar tranquilos”.
 
De esa charla, hay un solo testigo vivo: Miguel Nuñez, quien estaba sentado enfrentado a mí, en una mesa oval en el despacho presidencial.
 
Aunque parezca una auto-referencia, esa fue la primera señal ‘fuerte’ que yo tuve de lo que estaba por pasar en el país: el poder ejecutivo, en la figura de su representante máximo, el propio presidente de la nación, aparecía genuinamente interesado en lo que pasaba en el mundo científico.
 
Las palabras devinieron en hechos… y si bien es una suerte de historia conocida, el segundo hito, y quizás el más importante, fue la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología e Innovación Productiva, que ocupa desde hace una década el Dr Lino Barañao. 
 
Durante los primeros ocho años, o sea, durante toda la gestión de Cristina Fernandez de Kirchner, con todo lo que se fue desarrollando en diferentes lugares del país, pensé que no habría lugar para volver atrás. Creí que más allá de los avatares de la política, esa suerte de zig-zag que hemos vivido durante los últimos setenta años, la inserción y permanencia del Ministerio de Ciencia estaba garantizada. 
 
Sin embargo, nunca le creí a Macri. Sus propuestas electorales fueron flagrantes mentiras. Todo lo que sucede hoy era previsible y no porque yo posea alguna información que los demás no poseen, sino porque esta historia ya la hemos vivido, múltiples veces. Con estas piedras ya nos hemos tropezados. Con ‘bandidos’ como estos, ya hemos co-existido. Y así fue. Todas las palabras se las llevó el viento. Y rápido. En poco tiempo se confirmó lo que varios sospechábamos ya. No solo con la complicidad sino con la conducción activa del ministro Barañao traicionando todo lo que había hecho antes y la complicidad de Alejandro Ceccatto, presidente del Conicet, ambos y una banda de secuaces, se ocuparon del virtual desmantelamiento de lo que tanto había costado construir, de todas las políticas públicas implementadas en el pasado inmediato. 
 
Hoy, es un buen momento para hacer una pausa y mirar alrededor. Y comparar. Un país que se apoyaba en la producción científica que generaba, orgulloso líder en varias disciplinas, que discutía proyectos y en qué invertir los dineros públicos para mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos, ve como ahora, todo quedó a merced de un grupo de personas que traicionan las necesidades de las grandes mayorías, a quienes ‘el Estado les sobra’ y que por lo tanto, exhiben una insensibilidad poco creíble. Con el FMI como cabeza visible, con un presidente abrumado por su propia incompetencia, ministros (los que quedan) cómplices e ignorantes, un congreso también cómplice y una justicia que se ocupa en administrar y avalar injusticias, es un momento crítico para la Argentina.
 
Pero aún así, aún con esta descripción sombría y que parece desesperanzadora, siempre soy optimista. En algún momento, esta suerte de calvario terminará. Por ahora, nos queda participar activamente en el esclarecimiento y comprensión de la situación, pensando en grupos de políticas que involucren no solo a la Ley de Medios sino también a la Ley de Financiamiento de la Ciencia. Velar por la salud, educación, trabajo y la producción científica como derechos humanos innegociables. A pesar de los Barañaos y Ceccatos que aún quedan entre nosotros. 

 

 

 

Adrian Paenza



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